Una de las peticiones más frecuentes a las personas que padecen depresión es: Tienes que esforzarte. Con otras palabras eso fue lo que me volvió a decir el otro día el psiquiatra. Yo no pude más que contestarle: llevo quince años esforzándome; cada vez me quedan menos fuerzas. Ni que decir que al salir de la consulta me puse a llorar desconsoladamente. Tuve la suerte de que ese mismo día tenía sesión de terapia y comenté lo que me había pasado. Esta es la lección que saqué.
Hay personas que por un alto sentido del deber se esfuerzan en cumplir con sus obligaciones. Además, siguiendo los consejos profesionales, se proponen hacer cosas porque es un modo de salir de la depresión. El problema es que cualquier actividad que se proponen, por lúdica que parezca, se convierte en un deber y como tal les exige esfuerzo. El secreto está en lograr el equilibrio entre el esfuerzo requerido para realizar la acción y el refuerzo que se recibe de ello. En un principio, por poco que haga la persona, el esfuerzo será máximo y el refuerzo mínimo. Progresivamente la escala deberá ir cambiando de modo que el esfuerzo sea menor y el refuerzo mayor. Ahora bien, si las actividades se plantean como un deber y no producen refuerzo en si, ese cambio no se producirá y las energías se irán agotando progresivamente (Ver La ancha franja entre el deber y el querer).
Revisado de Miriam Alberganti
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